Con todo, de los personajes humanos que integran esta galería de retratos, sólo dos parecen estar posando para un retrato. Uno es un hombre joven, con los brazos cruzados sobre un número que lo identifica como participante de un acontecimiento deportivo, probablemente una carrera popular.

Aunque su constitución es fuerte, no tiene aires de deportista profesional. Su atuendo responde a una estética contemporánea y algo vulgar, lo que lo aleja deliberadamente del carácter intemporal, clasicista e idealizador que suelen tener las imágenes atléticas. Se diría un aficionado tenaz, que no ha cosechado triunfos, pero tampoco derrotas. No parece tener nada especial que contarnos, por lo que su presencia, la naturalidad de su pose, puede resultar casi arrogante. El torero es un caso aparte. Sin entrar a valorar ahora sus méritos artísticos, ni establecer comparaciones con los demás cuadros de este conjunto, el torero es, en definitiva, el que más impacto produce en el espectador y, por consiguiente, el que en un cierto modo da sentido al conjunto. El cuadro desprende un equilibrado dramatismo del que no es ajeno el asunto o la anécdota. La razón tal vez haya que buscarla en la circunstancia de que Miguel Macaya tiene experiencia directa con el toreo. Como pintor, percibe en la ceremonia del toreo las luces y las sombras, la belleza y la crueldad; pero sus vivencias personales le permiten contar no sólo lo que el toreo simboliza, sino lo que realmente es. Este torero no representa la grandeza y miseria de los toros, sino la suya propia. No hay que ser un observador perspicaz para leer en sus facciones y en su mirada la fatiga y el desaliento. Pero un análisis más detenido nos permite intuir además el recuerdo de algunos instantes de indescriptible intensidad, vivencias que acompañan al sujeto mientras viva, incluso en la más penosa decadencia. No estamos ante la imagen de una persona a quien la suerte ha tratado alternativamente bien y mal, que se ha enfrentado al peligro con un valor basado no tanto en la inconsciencia como en la fatalidad, y que ahora puede hacer balance de su vida sin nostalgia ni arrepentimiento. Si se ha retratado con traje de luces y capote de paseo es porque no reniega de lo que ha sido y no reclama compasión, sino respeto.

Todas estas reflexiones pretenden ser una reacción ante los cuadros de Miguel Macaya, no un análisis y menos aún una explicación. No por el viejo tópico de que la obra de arte no tiene explicación y rehúye el análisis. Por el contrario, la obra de arte exige análisis y admite muchas y muy variadas explicaciones, sin que aquel ni éstas lo vacíen de su último misterio. Creo que en los cuadros de Miguel Macaya se da esta circunstancia.