MIGUEL MACAYA O EL MISTERIO DE LAS SOMBRAS
El mundo de Miguel Macaya no es lo que parece. Aunque sus obras están protagonizadas por temas clásicos y fácilmente identificables, sus pinturas van mucho más allá de las figuras que representa.
Quiero decir con esto que sus toreros, sus perros, sus pájaros y sus naturalezas muertas tienen un algo de insondable que nos inquieta e intriga al mismo tiempo. Cuando uno se fija en sus cuadros, llama la atención aquella sensación de extrañeza que, desde el primer momento, atrapa la mirada del espectador, como si cada una de sus obras encerrase algún secreto arcano.
Lo curioso del caso es que, a menudo, el misterio nace de algo aparentemente tan simple como unas cuantas manzanas que emergen de la materia pictórica, o incluso que se confunden con ella. Otras veces, el enigma surge de alguna asociación insólita, como ese oscuro personaje disimulado tras una máscara de buceador o el pingüino caminando sobre el pavimento de una casa modernista.
La aparición de diversos animales, tales como pájaros, vacas o perros puede resultar también bastante sorprendente. Al menos a primera vista, porque no estamos ante temas ni referencias habituales en la creación actual, que suele ir por otros derroteros.
Ese es precisamente uno de los principales intereses de la pintura de Miguel Macaya, su alejamiento total de las modas y de sus vínculos con la realidad cotidiana que con tanta frecuencia obsesiona a los jóvenes artistas. En este sentido, Macaya se nos antoja como un artista singular, que avanza a contra corriente, aunque sin proponérselo de forma deliberada.
Para Miguel Macaya, la pintura no es una caja de resonancia para reflejar el mundo que le rodea, sino una necesidad expresiva que se plasma en temas atemporales. Incluso los retratos de personas anónimas y las figuras de toreros que tanto le fascinan no se corresponden con una voluntad expresa de referirse a algo real. Más bien son un pretexto para desarrollar ese gusto tan suyo por el trabajo concienzudo de la materia pictórica.
En el mundo del arte actual. Macaya es una rara avis, que busca y encuentra la inspiración en su propio estudio y ama por encima de todo el oficio de pintar. Es algo inherente a su propia personalidad y el artista se mantiene fiel a esta vocación inicial sin dejarse nunca influir por las tendencias dominantes. No esconde tampoco su pasión por los grandes maestros de la pintura española, desde Ribera a Solana pasando por Goya. En muchas de sus pinturas hay un cierto gusto por el tenebrismo, que se traduce por esa manera casi obsesiva que tiene de utilizar el negro. Un color siempre omnipresente que le permite jugar con el claroscuro para conferir a sus obras aquella dimensión misteriosa que intriga tanto al espectador.
Mediante el trabajo minucioso de la pincelada, los pájaros, los perros, las manzanas y la silueta de los personajes se van diluyendo en la intensidad de la materia, hasta adquirir una presencias casi irreal. Incluso, en determinados casos, las referencias figurativas desaparecen y la imagen acaba convirtiéndose en una verdadera abstracción. Todo esto lo resuelve el artista mediante una sobriedad extrema, porque Macaya evita en todo momento caer en la grandilocuencia. En sus retratos de toreros realizados sobre papel blanco, prescinde a menudo de los matices del trabajo matérico para condensar toda la fuerza del dibujo en la intensidad de la pintura o de la tinta negra.
El suyo es un esfuerzo continuo sabiamente meditado para asumir la herencia del pasado –mientras que muchos creadores actuales se empeñan en ignorarla- y, al mismo tiempo, para intentar forjar su propio universo pictórico. De esta manera Miguel Macaya ha optado por seguir su particular camino de la soledad, parecido en todo al de sus enigmáticas criaturas, que no acaban de salir del «corazón de las tinieblas».
«El pintor no debe llevar al lienzo lo que ve, sino lo que se verá.» – Paul Valéry